jueves, 25 de noviembre de 2010

Un toque de poesía

En el principio estuvo la palabra. En las lenguas antiguas, como el hebreo,
el principio significaba sabiduría, de modo que "con sabiduría se creó la
palabra". Ella fue el logos creante y ordenador que servía naturalmente para
hacer entrar en comunión a los miembros de la comunidad, e informar a los
tiempos venideros que en los orígenes se encontraba siempre el verbo, que
todo empezaba por la Creación, expresión de la sabiduría suma de un Dios
Creador. Así, la palabra ofrece al hombre la versión primera de la creación del
universo. América no podía escapar a este destino adánico. Un viejo anónimo
quechua invoca a Viracocha como "regidor del mundo", Señor de la fuente
sagrada:
Amanece la tierra
y se cubre de luces,
a fin de venerar
al criador del hombre.
Y el alto cielo
barre sus nubes
para humillarse
ante el creador del mundo.
Muchos siglos después, un poeta contemporáneo, Laureano Albán,1
heredero a su modo de estas antiguas cosmologías americanas, se acoge
también a la mano creadora de Dios:
Bastó que en la perfecta,
la más densa y reunida
soledad de lo inmóvil,
cruzara un espejismo
abriendo una finísima fisura
de levedad y pánico,
para que a través de ella
una mano de dios,
remotamente única,
enarbolaraya pronto a la agonía,
ansiado azar, el mundo.

Cuando la palabra se hizo carne, el hombre se volvió un animal
comunicante. Del encuentro fecundo de los signos nació la comunión, es
decir la comunicación y el sentido de pertenencia a una comunidad. La
América antigua fue siempre rica en signos y alegorías, atesora un patrimonio
simbólico excepcional, que alcanzó cumbres de refinamiento, como lo
atestiguan las manifestaciones del arte maya, mochica, paraco e inca.
Hay algo mineral, profundamente raigal y subterráneo que atraviesa los
tiempos y aflora en diversos momentos de la historia de América. Resulta
impresionante la permanencia que se advierte entre los signos, temperamento
y sensibilidad, de la antigua América y la contemporánea. Hay un continuum
que se mantiene gracias a una fuerza vital, proteica, que sabe resistir, asimilar
o disimular frente a los asedios externos para poder sobrevivir. ¿Son estos los
rasgos distintivos de una identidad, que sabe mantenerse en el tiempo? Con su
poder, la palabra diseña un universo, crea un mundo, lo encubre y lo revela.
I
Revelación es tal vez la mejor palabra para incursionar en el mundo
simbólico de la antigua América, pues evoca algo de religioso, cósmico y
estético. En América la poesía fue la arquitectura de un mundo y su
revelación. ¿Cómo presentar América sino por la vía de la metáfora? Para los
europeos no había otro modo de iniciarse en el conocimiento de un mundo y
una humanidad distintos, laberíntico en su geografía, colorido en su flora y
fauna, generoso en sus frutos. Solo con la ayuda de la metáfora se podía
revelar lo desconocido. La poesía y el sueño pueden funcionar como armas
del conocimiento. Se trataba de un juego de imágenes: la alteridad americana
se miraba en el espejo de Europa.
La primera definición de América fue una metáfora. Así lo
muestran las cartas de Colón y Vespucio. Los antiguos griegos
dudaban si era mejor la poesía o la filosofía para dar cuenta de la
historia. Este dilema estuvo muy presente en el Renacimiento.
Como se sabe, América fue "descubierta" por Europa con los
ojos del Renacimiento, con la mirada de la tradición helénica y latina, que era
lo que Occidente había acumulado y "actualizado" como conocimiento. Juan
de Castellanos (1522-1607) escoge el verso en octavas reales para historiar la
hazaña de Cristóbal Colón. En su monumental Elegías de varones ilustres de
Indias (¡de 144 mil versos!), Castellanos anota el desconcierto

No hay comentarios: